Miles de momentos, unos cuántos que es preferible mantener al margen de la conciencia.
Hipocresía de un nenito caprichoso, inocencia de quien no ha corrido durante unos cuantos “años locos” a 150 km por hora, inocencia casi insoportable de quien no ha chocado nunca con la pared de la realidad, idealismos de quién nunca ha vivido en la plena desesperanza;
simplificando: un ratoncito de laboratorio voluntario, un juguete del destino, un héroe lastimoso, un Ulises contemporáneo.
Dicen en el pueblo que un caminante paró
su reloj una tarde de primavera.
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”Adiós, amor mío, no me llores, volveré
antes que de los sauces caigan las hojas...
Piensa en mí, volveré por ti...”
Pobre infeliz,
se paró tu reloj infantil
una tarde plomiza de abril,
cuando se fue tu amante.Se marchitó
en tu huerto hasta la última flor,
no hay un sauce en la calle mayor
para Penélope.
Y acá está la otra lastimosa heroína, sin más armas a elegir que un par de agujas de tejer con las que defenderse del resto de los hombres, y, probablemente, de ella misma y su contrariado recuerdo de un amor que nunca se completó, aletargando la llegada del tiempo para acompasarla al ritmo del hipotético e improbable reencuentro.
¿Es posible que se canse de ser madre de su amor, fiel a su amor, protectora de su amor a más no poder? ¿Es posible que se canse de esperar? ¿Es posible que se canse de tejer de día y destejer por las noches durante años, esperando, siempre esperando?
Pero, ¿Qué es lo que ella espera?. Quizá lo que espera nunca llegue a buen puerto, quizás esta espera le cueste muchas más que unas cuantas bodegas de vino que sus pretendientes consumen al despilfarro. Porque, lo que ella espera, es algo por lo que nadie cuerdo aguardaría.
Ella espera. Espera por la madurez de aquél niño hipócrita que no desea más que ser juguete del destino. Ella espera por la caída de las vendas en los ojos de su amado. Ella espera, por algo que probablemente nunca llegue. Pero Penélope, no ama más lejos a Ulises de lo que ese borroso reflejo en el lago fue amado por Narciso. Y, aunque le cueste la muerte, probablemente va a continuar esperando…
Penélope,
tristes a fuerza de esperar,
sus ojos parecen brillar
si un tren silba a lo lejos.
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Penélope,
uno tras otro los ve pasar,
mira sus caras, les oye hablar,
para ella son muñecos.
Pero ella, no es la única Penélope que viene nuestros recuerdos en cuanto se pronuncia su nombre. Penélope puede tener otra alternativa. Puede dejar de esperar, para correr, tal vez, en la carrera de los autos locos y allí hallar a algún caballero que espere por ella. Ella puede seguir siendo Penélope, pero Glamour.
Puede enamorarte con sólo mirarte, puede ser tan femenina como nadie, puede jugar aquí y allá, en lugar de desperdiciar su vida en una alcoba, tejiendo y destejiendo, siendo plenamente consciente de que aquello que espera nunca llegará.
Y aunque en ese jugueteo siga siendo la original Penélope, y jamás se vuelva a enamorar, por lo menos corre, todo el tiempo, para intentarlo hasta el hartazgo.
Dicen en el pueblo que el caminante volvió,
la encontró en su banco de pino verde.
la llamó: "Penélope, mi amante fiel, mi paz,
deja ya de tejer sueños en tu mente...
mírame, soy tu amor, regresé..."
El que espera desespera, y ella se mantiene ocupada corriendo, no aletargando, sino adelantando, desacompasando aquellos recuerdos que buscan ese hipotético e improbable amor, para quizás, componer algo más hermoso, para quizá, ser la autora espiritual de aquella décima sinfonía que el incomparable Beethoven nunca terminó de edificar.
Y construir todo aquello a costa de sus ilusiones, a préstamo de una distinta esperanza, esa que corre y no que aletarga, y así, continuar con su vida, equivocándose por hacer y no por esperar.
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel:
"tú no eres quien yo espero..."
Es probable que esta vida superflua nunca la haga feliz, pero… es que todavía no aprendí a tejer…
Y se quedó,
con su bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón,
sentada en la estación.