16 de abril de 2010

Hunting Season: para no cazarnos, ni ser cazados.

White_2_by_Maurizio_Fantini

Abril nunca fue mi mes de contradicciones, pero quizás sea sólo el comienzo de un período de ambivalencias.

Esporádicamente, a veces bastante seguido, me voy a un lugar en mi cerebro al que suelo describir como “inerte”. Es la no-reacción al mundo, al entorno, a los problemas… Para mi mala suerte, cada vez que me voy a ese lugar, suele ser el preludio a mi estado más característico, que es la depresión. Pero tengo que reconocer que no la paso tan mal siendo inerte. Por ese lapso de días, la voz en off de mi cabeza se apaga, veo pero no veo, hablo, pero no hablo, como porque me obligan, respondo monosilábicamente a todo lo que se me es dicho y me empiezo a considerar a mi misma como un observador externo de los vínculos que me rodean.

Generalmente, en ese estado, es cuando veo objetivamente todos los problemas y busco posibles soluciones a los mismos, que aplicaré cuando pase a un estado de conexión cuerpo-mente-sociedad. Aunque el mantra del inerte sea no pensar, lo veo como un lugar perfecto para emplear la teoría; en el diario de una vida, una persona normal es incapaz de utilizar la teoría para obtener resultados en la práctica, por dos básicos motivos: la vida se resume en la palabra “práctica” (no en el sentido de practicidad, sino de acción) y el curso ajetreado de la misma, sumado a las emociones, le impiden ver con objetividad tanto la teoría como la práctica, por lo que aunque intente aplicarla, pocas veces tendrá la claridad suficiente como para obtener los resultados deseados sin adjudicárselo al azar, suerte, destino, dios, o el nombre que le quieran poner.

Pero, este texto es sobre la temporada de contradicciones, así que vamos a dejar de lado los estados previos/posteriores, para explicar este divertido período.

Cuando no puedo escaparme a mi lugar inerte, ya sea porque la realidad demanda a gritos mi atención o porque lo encuentro bloqueado, se empieza a producir una sobrecarga en el sistema. Una sobrecarga de motivos, emociones, soluciones y problemas, reales y posibles, deseos y miedos paranoicos. Literalmente, entro en corto. Tengo dos voces en off en mi cabeza, además, peleándose por tomar mi voluntad (y no hablo de esquizofrenia, hablo de lo que pasa cuando las dos balanzas que miden la moral están desequilibradas) y, como es natural, creo que en cualquier segundo mi cerebro va a implotar de tanto pensar.

Esas dos benditas balanzas son las generadoras principales de mi estado de contradicción. Ese “quiero, pero no debo” podría decirse que es básicamente lo que define este estado. El problema anexado, lógicamente, es que tanto necesito que mi cerebro se tome unas vacaciones, que me bloqueo y lo único que hago es pensar. No puedo hacer otra cosa que no sea pensar y probar supuestos que no puedo utilizar porque no veo las cosas objetivamente, y todo duele más y todo es más importante, y todo es molesto y nada es suficiente.

Me invade la inseguridad. Tanto de mi imagen hacia los demás como de la esencia verdadera de mis actos. Me cuestiono una y mil veces para saber si mis intenciones son las que creo que son y estar segura de que lo que voy a obtener como resultado de los mismos, sea lo que realmente busco o quiero.

Pero… ¿cómo saber qué es lo que uno realmente quiere en un estado de plena contradicción? Primero, tenés que tomar una idea que hayas querido llevar a cabo con anterioridad al susodicho estado; después, vas a escuchar dos vocecitas en tu cabeza (una mala, otra buena –nunca sabes cuál es cuál) discutir terriblemente a cerca de la idea en cuestión.

Generalmente, a la voz mala la identificas por un marcado sentido de la individualidad, es decir, ella es LA egocéntrica, y por el desmerecimiento que le da a las consecuencias de tus actos, incluso cuando al único que lastiman es a uno mismo. A la voz mala no le interesa el después, porque sabe que son pocas las oportunidades que tiene para convencerte de que hagas lo que quiere.

La voz buena, es otra cuestión. Ella es básicamente, el mártir. Siempre va a darle sobrevaluada importancia a las consecuencias, sobre todo si dañan a alguien más. Pero además, ella también puede ser llamada como “la culpa”. El miedo a un estado de dolor y culpa (sobretodo si alguna vez lo viviste), es lo que impulsa a esta voz de tu cerebro.

Bien, se van a preguntar, por qué las distingo cuando digo que son indistinguibles? No es una contradicción, es la idea propia de moralidad. Me explico: puedo distinguir el contenido de una y la otra, el problema es cuál es la que dice la verdad para uno mismo; quiero decir, no podés vivir una vida dejando pasar tu sentido de la individualidad, alguna pequeña alegría uno tiene que ser capaz de brindarse a sí mismo… Así como tampoco podés vivir ignorando las consecuencias de tus actos y lastimando gente por ahí.

Vamos directo al grano, el problema obvio es el equilibrio.

Personalmente, sugiero a cualquier persona que padezca un estado similar de contradicciones que se abstenga de realizar cualquier acto, no sólo por la pérdida de la objetividad y la posibilidad de tomar una decisión equivocada (porque si esa es mi definición de vida, entonces no viviría durante este tipo de períodos), sino porque las intenciones siguen siendo de dudosa procedencia y el análisis de las consecuencias puede no ser lo suficiente exacto, ya que como estamos sobrecargados de información, no nos es posible reunir datos actuales de las cosas a valorar.

Ejemplo de un razonamiento derivado en acto durante un período de contradicción: 

“Siempre me gustó X chico y a mi amiga le parecía lindo.“

Voz mala: hacé lo que sea con tal de tenerlo.

Voz buena: le gusta a tu amiga, dejate de joder, no es el último flaco sobre la tierra.

Decisión1: veo qué onda.

Falta de información actualizada: tu amiga se lo comió el fin de semana anterior en el boliche.

Resultado: quedas como la más idiota y forra por intentar levantarte al flaco que a vos te gustaba, pero que también le gustaba a tu amiga y que vos no sabías que se lo había comido porque estabas ocupadísima decidiendo si te le tirabas o no.

Decisión2: NUNCA más miro a un flaco que le parezca ni siquiera lindo a una amiga u.u

La decición1 y la decición2 están equivocadas. El error de la decisión uno fue tomarla no lo suficientemente lento. El error de la decisión2 es generalizar la situación a todas las que tengan un contenido similar (porque, por ejemplo, si tenés gustos parecidos a los de tu amiga, nunca vas a estar con nadie porque todos los que te gustan, también le parecen lindos a ella y no es así, eventualmente vas a estar con alguien a quien ella le parezca lindo y no por eso va a estar mal).

Entonces, ¿dónde está el condenado equilibrio? Bien, el equilibrio está cuando hacemos lo que queremos de un modo en que estamos totalmente convencidos de que no nos afecta. Retomando el mismo ejemplo, sería algo así:

“me gusta un flaco que le parece lindo a una amiga”

1- Le pregunto a mi amiga qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y quién.

2- Si ella responde que no tiene un real interés en el flaco, podemos proceder a:

Voz mala: comételo ya, en cualquier lado, no importa NADA.

Voz buena: le sigue pareciendo lindo a tu amiga, olvidate del flaco.

Decisión correcta/equilibrio: probas qué onda con el flaco, y si se da, no se te ocurra comértelo adelante de tu amiga.

Esa es la solución más parecida al equilibrio, no dañarse ni dañar es lo que hace que la idea del término medio en algo, flote. Por lo tanto, para ser capaces de encontrar ese equilibrio es necesario una de dos cosas: la primera y más lógica, es decidir después de haber atravesado la sobrecarga del sistema; y la real, ya que nadie puede controlar esta clase de estados como para ver cuándo terminan y cuándo comienzan, es acostumbrarnos a aumentar la capacidad para no desembocar en sobrecarga y ser capaces de, aún en ese estado, adquirir toda la información relativa al problema en cuestión para estar seguros de que si nuestra lógica no falla, llegaremos al resultado correcto a pesar del estado psicológico que estemos pasando.

Lo que hagamos en temporada de caza, contradicción, o ambivalencia, es aquello que va a determinar nuestro siguiente estado. Si todo sale bien, vamos a ser capaces de recuperar nuestra autoestima, nuestra seguridad y relajarnos lo suficiente como para mantener una única voz en off en el cerebro. Pero, si sale mal, el siguiente estado probable va desde la decepción, al dolor y la depresión (caminos no demasiado felices), por lo que recomiendo conciencia, valga la redundancia, a la hora de esperar encontrar el dichoso equilibrio…

Para no cazarnos ni ser cazados.

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