7 de abril de 2009

Reflexionamos? que bueno, que bueno.

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 ¿Qué nos ocurre después de tanto tiempo caminando por la vida con el combustible de una barata ilusión? El motor, se funde más rápido. La conciencia no se enfría y se produce un recalentamiento constante ante cualquier situación. Perdemos reflejos y agilidad, olvidamos lo que fuimos, lo que somos, lo dejamos pasar. El alcohol puede ser un sincericio, una cura enfermiza o un dejavú. Los cien metros anteriores a un semáforo, a una velocidad de ciento cincuenta kilómetros por hora, se traduce en un micro instante donde la cabeza hace un clic y parece querer recobrar el conocimiento, lamentablemente, siempre terminamos estrellándonos contra la pared. En ese momento, te acordas hasta del último cartel de seguridad vial que te recomendaba ir a paso tranquilo. Pero, ya estás ahí, no hay nada que puedas hacer al respecto.

Te calmas, y comienza el proceso que suelo denominar como “inventario mental”, una vez que estás cayendo analizas todas y cada una de las cosas que viviste, intentando encontrar una explicación o simplemente, una buena razón para rebotar. Te deshaces en planteos filosóficos, en vos está hallar la verdad.

Finalmente, cuando la encontras, la generalidad de la humanidad nos ratifica nuestra pérdida de tiempo, es decir: que en poco, viviste tanto, te aceleraste al mango y ni siquiera sabías a dónde ibas, crecías de golpe y no lo podías evitar, pero, era tan predecible, que hasta lo dudabas. Cuando llegaste a esos ciento cincuenta kilómetros y atravesaste la pared, esperando que la misma se partiera en dos, sólo para que tú pasaras y olvidaste que hace tiempo que los frenos no te funcionaban, entonces ahí es donde se produce tu quiebre emocional. Es una caída particularmente prolongada en meses, donde nunca vez el fondo y jamás vez la salida, donde contás los días gracias a la cantidad de lunas en las que te desvelaste, donde lloras océanos y corre tanta sangre como tabaco en tus manos.

Ahí, es donde toma partido tu nueva adquisición: tu desorden de personalidad. Dejame adivinar, ¿no te diste cuenta tampoco que mientras corrías, tus estados emocionales subían y bajaban como una montaña rusa? Es clásico. Hay dos yo en vos, uno que intenta salir desesperadamente y otro que se resigna a seguir cayendo. Y luego de un tiempo, cuando encuentras el ansiado equilibrio, el vértigo desaparece, pero la caída sigue tan inerte e infinita como siempre.

Tocar el fondo, no es desarmarse en vida, es reaccionar, analizar, asumir, olvidar y seguir. Habiendo un fondo, se ilustra imaginativamente una salida obligatoria. Uno debe centrarse en buscarla, olvidar la falsas distracciones momentáneas y tratar de salir bien parado de la situación, quizás con más defectos, pero ahora más visibles a sí mismo y sólo queda dedicarse a pulirlos siendo lo más perfeccionista posible.

Si la solución paliativa te resulta exitosa, entonces verás que te acordarás a diario de usar el cinturón de seguridad, tener en condiciones los frenos y ante todo, evitar seguir corriendo.

Si obvias los pasos y resumís tus procesos mentales a un simple cambio, esto que permanece dormido, eventualmente despertará.

Pero, después de todo, nadie es perfecto y todos tenemos una bestia durmiendo dentro, algunos nos ocupamos a diario de ponerle somníferos en la comida, otros tienen la suerte de ser animales que hibernan y sólo en el verano deben de preocuparse por controlarla. A veces te enferma cargarla y otras, encerrarla, a veces ella quiere ser vos y vos ser ella, a veces, es tu propia necesidad de rebotar, la que te lleva a caer.

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